Voto por nuestros nombres

Kütral Vargas Huaiquimilla

Soñé viajando en un tren a toda velocidad, llevaba conmigo una fotografía en las manos. En la imagen estamos mi madre y yo en la navidad de 1990. De improviso por un pasillo aparece ella, al verla me escondo detrás de un asiento. Me lleno de valentía y me acerco, le digo soy yo. Ella no me reconoce, le insisto, que soy yo. Se retira y quedo viendo el reflejo en las ventanas, sobre el paisaje borroso observo el rostro de mi madre en mi cuerpo.

En la última primavera ochentera en octubre de 1989 mi madre, me nombró Francisco. Nacimos ambas ese día en una isla pequeña en medio del sur y al poco tiempo nos separamos. Ese nombre que me dio también nombró la distancia. Escribí aquel nombre Francisco, sinónimo de la distancia en los cuadernos, en mesas de colegio, garitas, baños públicos. Escribí ese nombre en la pizarra, en exámenes médicos, en la esquina que perdí, en la ciudad que me albergó, en los campos de la infancia, en libros que imaginé.

Intentando encontrar refugio en un nombre que no calzaba con mi interior, se cruzó un poema. La lamngen María Isabel Lara Millapán en su poema Nombre dice; “Cuando nos cambiaron los nombres. Teníamos nombres de aves, de animales y de piedras, nombres de árboles y de flores del territorio donde nacimos, teníamos nombres de agua, de barro y de nieve. Los mismos nombres de los abuelos se quedaban heredados en sus hijos y en sus nietos. Vamos a preguntar por el nombre que nos pertenece”. Al reconectar con la memoria mapuche en esta época de estallidos y fiesta, pienso las demás memorias abiertas en los despojos del tiempo. Imagino que cuando nos quitaron los nombres, nuestros cuerpos fueron sometidos a fundar otros signos en la piel y vestiduras. Nos dieron formas, movimientos, trabajos, ocupaciones. Nos relegaron a ser nanas, panaderos y campesinos, algunos ocultaron la lengua y otros fueron olvidando la fluidez del agua o el secreto del viento, fuimos integrándonos a la historia que el blanco escribió o fotografió bajo el lente antropológico. Frente a ese lente resistimos vistiendo con prestancia retazos de memoria zurcidos con dolor, con el garbo de los lonkos vestidos con atavíos occidentales por estrategia y sobrevivencia, revelamos en la anatomía de una guerra cultural, cada espacio de nuestra piel la visión de una naturaleza histórica y políticamente construida.

En el viaje de este nombre como un canal de vestiduras, rostros y disfraces que nos hablan de usurpación manejada como estética para representar chilenidad. Los mapuche nos vestimos de occidente y los chilenos y usurpadores se pusieron nuestras prendas y nuestra tierra. Su disfraz y deseo produjo imágenes icónicamente nefastas como Cecilia Bolocco que en plena dictadura fue una miss universo utilizando el traje típico del país representado. Ella lo hizo ungida en platería mapuche que en su esplendor oculta el racismo e intento de sometimiento de toda una nación. Esto venía desde una práctica de disfraz previa, Pinochet quién solía camuflar su cuerpo con piezas mapuche y quién en Villarica en 1979 declaró negar lo indígena como parte del plan político de la dictadura, diciendo “Hoy ya no existen mapuches, porque somos todos chilenos” Justamente es el año donde el decreto 2.568 separaría familias y linajes de comunidades hasta la actualidad. En su discurso él intentó desaparecer un pueblo y enterrarlo en lo que era Chile con todos los cuerpos que ya se ocultaban en los espacios más recónditos del territorio y su historia. Esconder el cuerpo o desaparecerlo también vinculó a otro proceso de identidad contemporánea, el mapuche de urbe que desaparece bajo el destello mismo de la luz. Así, una madre sigue buscando las últimas vestiduras y el nombre de su hijo en cada espacio de Puerto Montt. En septiembre de 2005 desapareció un joven mapuche a manos de la policía. Su nombre era José Huenante, nunca se encontró su cuerpo hasta el día de hoy. Es considerado el primer detenido desaparecido en democracia. Su Rut 19.437.429–1 y su identidad anónima pasó a ser pública, en las calles de una ciudad fría a punto de celebrar en septiembre su idea de nación. Uno se pregunta, ¿si no hubiese sido mapuche, moreno, pobre, su destino hubiese sido otro? Son conjeturas creadas en la rabia de pensar que todos corremos ese riesgo. Y ese peligro se convierte en la repetición de una luz vigilante de naciones que han creado instrumentos para nombrarnos y registrarnos, uno de ellos es el carnet de identidad. En ese espacio rectangular observamos como la imagen y la conformación del rostro se suman a la infinidad de identidades del mar moribundo y oscuro que suele ser Chile. Caminando bajo la tenue luz de la esperanza por encontrar ese nombre que nos pertenece, de la infinita lucha de diversos grupos por existir dignamente fue vigente en diciembre de 2019 la ley de identidad de género, la cual permite a nosotras les trans hacer uso de este derecho, para cambiar el nombre y el sexo registral, con ello reparar mínimamente vidas y reescribir nuestra memoria, reconstruir nuestra matria. Una matria que se ve alterada hoy por el miedo a un fascismo que se desborda, en una nación donde las que seguimos vivas un día más, caminamos sin saber todos los nombres de las compañeras que desaparecen en la calle, en los parques, en las plazas, en los gritos. Bajo el asedio de un miedo implantado por el poder y sus grandes armas, me da miedo desaparecer y que mi familia no sepa mi nuevo nombre, con el que me permití nacer. He subvertido aguas de las leyes chilenas para encontrar mi nombre, me he nombrado Kütral como el fuego, una chispa que encienda, pero también reconstruya. Heredé el peso de la historia y el rostro de mi madre, una mujer huilliche que a pura intuición hizo creer que era necesario que nuestros cuerpos existieran. Desde hace años generé un oculto abismo con mi familia y ellos no saben que bajo la química del estradiol y la espironolactona mi rostro es mi castigo y herencia donde te veo a ti reflejada, y he tenido miedo de que esa imagen se vuelva de nuevo la distancia. Hoy te cuento que mi transición ha sido llena de euforia y disforia, que los caminos se han cruzado en mis miembros y que frente al ardor político yo he elegido mi posición, ir a votar un domingo donde quiero dejar claro que vamos a sobrevivir a pesar de todo el odio que se nos tiene, porque si bien no es la respuesta a nuestro pesar, es un paso para poder caminar juntas.

Cuando nací nos separamos y hoy sólo la reencuentro en un bosque de palabras que he creado para nosotros. Desde niña jamás di cuentas a nadie porque me criaron indomable, como la yegua de mi abuelo, pero en la premura de montar el tiempo tenemos atisbos del futuro y la sospecha. No tengo temor al abandono de la familia, porque la soledad es mi aliada, sin embargo, pienso en las demás chicas que anhelan un abrazo y sólo encuentran el vacío. Hoy las abrazo en mi nombre que es calor. Y yo quiero que esas otras se nombren en las calles, en las casas que se merecen, las camas donde puedan dormir, las esquinas del libro que quieran leer, en el cosmetiquero que diga que han pasado por ahí, en las listas de los hospitales donde sean tratadas dignamente y sean llamadas Liliths, Camilas, Sorayas, Cristinas, Amelias, Estheres y muchas más. Porque por el poder de la palabra vuelvo a vivir cada vez que me nombro y se les nombra, cuando me presento no soy sólo yo, soy una larga fila de antepasados de la sangre y la memoria. Nazco para cantarme en libertad, porque cuando me nombro algo arde, por eso me he nombrado Kütral para quemar mi antiguo yo y con la ceniza pintarme los ojos, salir a la calle a darte la mano y votar por tu nombre y los de otres en el futuro.


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